
Enfín que para poner una camiseta en la calle que guste más o menos, que sea de algodón y que la lleves un par de años resulta que no baja de 20 y pico o algo más... Putos traficantes de lanilla barata y diseños palurdos que copan un mercado fácil y poco discutidor con camisetas de a casi cinco euros... Le chulean el mercado al artista, al confeccinista y al de la furgoneta. Al que le gusta la camiseta y al que le gusta para ragalarla. Y los chinos, ahí, por muchos que sean, no tienen nada que pelar. Ni se enteran. La cosa se queda entre cuatro comisionistas, catalanes, gallegos o marroquís. ¡Putos judíos!
Enfín, que antes de esta profunda reflexión mercamtilista-leninista me había parado a pensar que en menorca han subido las apuestas en los billares. Ahora que los de afuera se han vuelto con sus cremas y sus colchonetas, con sus voces y sus toallas, ahora, justo ahora, suben las apuestas en los billares. Y es que en ferreries se han pillao 160.000 euros del ala... Y los andan buscando.
Pero no creo que las camisetas chinas tengan nada que ver en ello. Quizás algún terrenito por aquí, o por allí... Quizás alguna camiseta de Sarrià o de Majalahonda... en el mal sentido de ambas palabras.
Total, que una camiseta es una camiseta. Y vale lo mismo para vacilar que para dormir. Para de bonito como para de casa. O casi.
Y 30 euros por camiseta jode. Pero si son de casa, ¡que se jodan los putos chinos!
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