miércoles, 30 de mayo de 2007

Tablao de Oriente

En Menorca somos los primeros españolitos en ver salir el sol. Rodeados de agua por todos lados menos por uno, el cielo, los artistas con cierta ambición dan el salto a la Península persiguiendo la normalidad creativa y el éxito en plazas compartidas como Barcelona, Valencia o Madrid. El artista isleño pierde rápidamente su personalidad y su subjetividad que se diluyen a manos de productores que entienden muy poco de carácter y mucho de porcentajes, nada de calidad y demasiado de adicciones. La creación no es reconocida si no vuelve de lejos.

martes, 22 de mayo de 2007

Travesía repetida



Este es el relato de una travesía realizada hace un año. Un travesía repetida en distintas ocasiones, con distintos patrones y en distintas condiciones. Valga, sin embargo, como ejercicio de aproximación a un cuaderno de bítacora, algo incompleto y algo entusiasta...

Mar Mediterráneo /Travesía: Puerto Mahón a Porto Lavagna (cerca de 400 millas náuticas) /Nave: Menorquín Yatch 120 /Nombre: Mistral /Patrón: Joaquín Pabst /Marinero: Txiqui Navarro

Miércoles 10 de Mayo de 2006

Bueno, la travesía está resultando tranquila. Disfrutamos de una mar bondadosa y generosa. Tras zarpar de Puerto Mahón a las 12 del mediodía, llenar los depósitos de gasoil, y una vez superada la bocana y la Mola, nos dirigimos hacia el puerto francés de Porquerolles, en las islas de Hyères, al este de la base naval de Toulon.

Los cálculos recomiendan fijar el rumbo en 22º NE con correcciones de +3º. También decidimos navegar a una velocidad de 9 a 10 millas por hora para garantizar un óptimo consumo del combustible.

Ya sobre las tres de la tarde, la mar se ha picado un poco y el cielo se ha cubierto. El día nublado ha traído el frío y he tenido que abrigarme.

Al poco, y superadas las 30 millas desde nuestra salida de Mahón, ha aparecido el primer grupo de delfines. Los he visto saltar a lo lejos, a mis dos y media. En un instante se han situado alrededor de nuestra proa para jugar, como es su costumbre. Nadaban muy cerca de la superficie a la misma velocidad que el barco. Algún que otro salto y han desaparecido por estribor para recuperar su ruta.

A las cuatro de la tarde, relevo de guardia, y vuelve ha lucir el sol. Regresa el calor y voy a dormitar en la cubierta de proa. De repente, una tortuga, y otra, y otra. Contamos hasta ocho, todas inmóviles, flotando, ofreciendo su caparazón al sol. Nos acercamos en silencio a una de ellas. La tortuga nos brinda un baile, agita sus patas aletas y se contonea. Creo que forma parte de su táctica defensiva.

Pasadas las siete de la tarde un grupo de ballenas cruza ante nuestra proa. Nadan despacio y se oye el resoplar de su respiración. No son más de cinco. Parece un grupo familiar ya que dos de ellas son claramente más pequeñas. Al poco rato, cruza un nuevo grupo. Espero que no sea la familia ballena que me está vacilando…

Al tratar de avistar al primer grupo descubro, a popa, en la lejanía, un punto blanco. Son Carlos y Aurora, a bordo de un 180, que navegan a mayor velocidad y se acercan poco a poco. La puesta de sol ofrece un horizonte rojo, cruzado por una raya negra.

Sobre las diez de la noche, el barco de Carlos navega junto al nuestro. Nos saludamos con gestos y establecemos contacto por radio. No es fácil, nuestra emisora no funciona del todo bien y tardamos en conversar. Finalmente, convenimos en aumentar a 12 millas por hora nuestra velocidad y seguirle. Carlos y Aurora se alejan progresivamente y decidimos mantener, mientras sea posible, un contacto por radio cada 30 minutos.

Cielo encapotado hasta las doce. Luego, una luna casi llena lo ilumina todo. Brillan todas las estrellas y la mar sigue tranquila. Se ven las luces de algún crucero y de algún pesquero en la lejanía. No hay contacto ni riesgo.

Las guardias se suceden con calma. Conversamos, comemos y fumamos. Observo con Joaquín la coincidencia: hemos embarcado ambos con un libro de Gabriel García Márquez cada uno. Él con Relato de un náufrago. Yo con Cómo se cuenta un cuento. Se lo comentamos por radio a Carlos que se desmarca con un libro de José Antonio Marina. Aurora duerme.

Mientras sigo atento a los instrumentos Joaquín se monta el despacho en la mesa de camarotes. Trabaja en la traducción del alemán al castellano de un libro de Lothar Pabst, su padre. Es el testimonio del capellán del Britannia, uno de los buques de la armada inglesa que zarpó de Hannover rumbo a Menorca cuando ambos puertos pertenecían a la Corona británica. La historia cuenta el trágico final de la travesía en un espectacular naufragio y cómo los oficiales se comportaron cobardemente al ser los primeros en abandonar a su suerte al buque y su tripulación.

A las dos de la madrugada apenas veo a Carlos. Me refresco la cara, enciendo un pitillo y le llamo por radio. Ya quiero que sean las tres para el relevo. Necesito dormir y se mecieran los ojos al leer. Salgo a cubierta para contemplar la noche de luna llena. Hace frío y a proa, más. Compruebo también que la cadena del ancla siga tensa. La mar está un pelín picada, pero la noche está preciosa. Carlos se aleja cada vez más. La radio sigue siendo nuestro vínculo, cada 30 minutos.

Todo indica que llegaremos a Port de Porquerolles entre las 9 y las 10 de la mañana. Justo al final de mi guardia. ¡Bien! Ya saboreo un delicioso desayuno francés en tierra. El puerto tiene un atractivo sabor colonial. Está situado en la costa Norte de la isla y sumamente protegido por un estrecho acceso al Oeste, entre islotes rocosos. La rada se abre plácida, con sus arenales y palmeras tal como un antiguo puerto antillano…

La luz de la mañana lo hace un lugar especialmente bello. De noche, gana en peligro. Las sombras hacen enormes y próximos a los islotes y el trayecto sinuoso está insuficientemente señalizado.
Por fin he dormido. A trompicones. De repente la mar se ha puesto brava y el barco ha empezado a dar tumbos. Es lo que ocurre con estas embarcaciones. Diseñadas para el paseo costero o fluvial, su mínimo calado, de apenas un metro, les permite embarrancar voluntariamente en las playas.

Consigo dormir en el sofá de cabina. Es donde menos se percibe el movimiento y donde la sensación de claustrofobia es también menor.

Jueves 11 de Mayo de 2006

Son ya las siete de la mañana del jueves y las islas de Hyères se yerguen frente a nosotros. Como en los relatos de antaño, surgen del mar, entre las brumas del amanecer…

Carlos está lejos. Pero a nuestras cuatro. Y dice Joaquín que un crucero Grimaldi está a punto de embestirlo. La radio no enlaza y los móviles tienen las baterías secas. Vemos las dos embarcaciones sobre la línea del horizonte… en el momento del encuentro nos llega la lejana sirena del Grimaldi. ¡Qué bronca!

A las nueve y media de la mañana entramos por fin en Porquerolles y atracamos en la gasolinera. Reencontramos a nuestra buena amiga de la Capitainerie… ¡Qué culo tiene la francesa! Sonrisa y nos deja amarrar por media hora antes de que llegue el ferry. Justo para desayunar y comprar tabaco y algo de comer. También le escribo una postal a Lara.

Conseguimos contactar con Carlos y quedamos en vernos en el mar. Fuera ya de la isla. Ha decidido seguir directamente a Lavagna porque no necesita repostar. Salimos. No le vemos. Me voy a dormir. Me duelen las piernas y una costilla. Me golpeé contra el timón durante el temporal de anoche… Son las diez de la mañana.

Despierto. Son las dos de la tarde. Joaquín está muy cansado y se retira al camarote. Ha alargado demasiado su guardia para dejarme recuperar fuerzas. De Carlos sabemos poco. Ha desayunado con Aurora en Saint Tropez. ¡Oh là là!

A babor se extiende la Costa Azul. Una sucesión de puertos y de cabos al pie de una cordillera que luce algún pico nevado. Dice Joaquín que más tarde deberemos reducir la velocidad para evitar quedarnos secos. Luce el sol y el mar está tranquilo. Más nos vale. No sabemos qué nos encontraremos en el Golfo de Génova.

Ya sólo quedan 103 millas para llegar a Lavagna y nos desplazamos a 11 millas por hora lo que indica que llegaremos a puerto alrededor de la una de la madrugada del viernes. Ya se verá. De momento son las tres y poco de la tarde. Compruebo aparatos y salgo a calentarme al sol.

Estoy en proa, con el airecito y el calorcito, cuando una avioneta de la Fuerza Aérea Francesa se acerca a visitarnos. Le saludo con la mano, hace un bordo y desaparece rumbo a Córcega. Son casi las cuatro de la tarde. El sol calienta y el aire es fresco. Todo sigue en calma. Joaquín duerme.

Sí, era un tiburón… le han delatado sus aletas dorsal y caudal fuera del agua y su nadar en círculo. No parecía muy grande. Pasábamos frente a Cannes…

Hemos corregido el rumbo. Son cerca de las seis de la tarde. La tarde acompaña, sol y calma. Posiblemente retrasemos la llegada porque deberemos navegar con un solo motor… al otro le queda poco gasoil.

Faltan diez minutos para las siete. Leo y tomo el sol. De vez en cuando le echo un vistazo a los aparatos y miro alrededor por si se acerca algún barco. Joaquín despierta y comprobamos definitivamente la corrección del rumbo. Anochece sobre las nueve. Esta vez la puesta de sol no es tan espectacular. La costa está envuelta por una persistente calicha.

La luna llena lo ilumina todo. Genial porque nos facilitará la entrada nocturna en el puerto de Lavagna. La radio sigue sin responder. Me miro el manual con la intención de tratar de arreglarla. Es muy simple pero no entiendo nada. Apago las luces de cabina y controlo el tráfico exterior de buques. Navegamos por una zona muy transitada por mercantes, cruceros, pesqueros. Las pequeñas embarcaciones son las más peligrosas, llevan poca luz y aparecen de repente.

Joaquín sigue enfrascado en la traducción de la tragedia del Britannia. El buque que naufragó trasladando a las tropas de Hannover a Menorca bajo el dominio inglés… Pero esta es otra historia. Veo barcos. Apago luces.

A las diez y veinticinco ¡el Faro de Génova! Estamos a 25 millas de puerto. Lo celebramos con un pitillo. Ya viene siendo costumbre, con Joaquín, celebrar los acontecimientos fumando un cigarrillo. Un gitanes comprado en Porquerolles. Dice Joaquín que su aroma le trae recuerdos de su “juventud radical”…

Dentro de una hora veremos el resplandor del faro de Porto fino. Acabo la guardia. Parece que hemos conseguido arreglar la luz roja de navegación. Se apagaba a rato y precisaba un reajuste. Cosa del contacto. Ahora, todo tranquilo.

Faltan 17 millas y veo aparecer el destello del faro de Porto fino. Son las once de la noche. La luz roja vuelve a fallar y creo que la he apañado definitivamente. He colocado un cuchillo para presionar el cajetín y obligar el contacto… vamos a ver si aguanta.

Despierto a Joaquín. Las luces de costa no nos aclaran donde está la entrada del puerto de Lavagna. Nos acercamos a la costa observando posibles luces, boyas u obstáculos. De repente, Joaquín para en seco los motores… Salgo a proa y veo ante nosotros, en plena oscuridad, negro sobre negro, tres pantalanes mejilloneros envueltos por una nube de gaviotas… ¡Milagro! En estos momentos es cuando se hace notar el oficio y la intuición de un patrón.

Comprobamos que no hayamos arrastrado ninguna red con las hélices y retomamos la marcha reduciendo considerablemente la velocidad. A duras penas reconocemos la entrada del puerto. Finalmente conseguimos llegar a nuestro escondido amarre y saltar a tierra. Son las doce de la noche. Mañana entregaremos el barco.