miércoles, 12 de agosto de 2009

El botoncito


Xubec/TxN.

Echo de menos en las personas un sencillo mecanismo que nos permita controlar la intensidad y la duración del sueño. Me explico. Se trataría de disponer a voluntad de cada uno de una fórmula por medio de la cual regular la acción de dormir y evitar de este modo situaciones tan desoladoras como las noches de insomnio y los despertares tempraneros.
Estos excesos, contrarios a la voluntad propia, ocasionan desarreglos y provocan incómodas consecuencias en el estado de ánimo y, por tanto, en el desarrollo de las actividades tanto lúdicas como laborales a lo largo del día que sigue tras el desajuste. Cuan satisfactorio sería poder decidir el momento de caer profundamente dormido a la hora de acostarse y, así, desconectar el sistema nervioso de las cuitas, deseos y pensamientos que se agolpan en nuestras mentes indefensas. Cuan tranquilizador sería poder alargar el estado de inconsciencia durante algunas mañanas después de trasnochar densamente y evitar, así, algunas dolencias con las que nos castigan los excesos etílicos y de cualquier otro vicio. Ante la existencia de un modo particular de regular la intensidad y conveniencia de dormirse se alzarían, estoy seguro, las agrias voces de las congregaciones religiosas que no dudarían en tildar a dicho mecanismo de herramienta del diablo. ¿Acaso no se dan ustedes cuenta que el control del sueño nos daría, asimismo, la posibilidad de evitar un millón de veces el sentimiento de culpa que sucede a una noche de despilfarro y falsa felicidad? En el caso de que existiera la posibilidad de regular a la carta la acción de dormir el ser humano se aproximaría, y de qué manera, a un estado de sosiego que hoy nos parece envidiable. El sueño de los justos, dicen. El sueño de los inocentes, dicen. Un sueño que nos abandona ante nuestras primeras mentiras infantiles, ante el pánico de un examen mal preparado y con el deseo turbador de un encuentro con nuestro primer amor.
Apuesto convencido por la posibilidad de ejercer el control de poder uno dormirse a voluntad. Existe la química, dicen. Claro, pero con el experimentado inconveniente de un efecto somnífero que se mantiene durante el día siguiente y que provoca una sensación de mente aletargada que incide inoportunamente en cualquier acción posterior. Así se hace necesario otro remedio que estimule exageradamente nuestro ánimo para encarar con éxito la jornada venidera. Y entramos en el círculo de tomas contrarias que al acumularse en nuestro organismo no conducen hacia otra cosa que a un desequilibrio de nuestra naturaleza.
Así se hace evidente la necesidad imperiosa de disponer de un botoncito exclusivo y personal que nos permita encendernos y apagarnos a imagen y semejanza de los aparatos que protagonizan hoy cualquiera de nuestras acciones.

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